Las antiguas féminas se confesaban igualmente del pecado de la vanidad. Ensartadas en el tortuoso corsé, sofocante prenda ceñida al cuerpo desde el pecho hasta las caderas, fabricada con inacabables huesos de ballena, avanzaban con amanerados pasos de vals lento, para atraer sensuales miradas varoniles y envidias escondidas de sus congéneres.

Con variaciones no muy reconocidas históricamente, la prenda, avanza imperturbable en el tiempo. Una noche de 1913, la gringa Mary Pelphs, apodada Polly, ansiaba asistir a una fiesta, pero notaba que su vestido estaba demasiado escotado. Tomó dos pañuelos de seda y un cordel, atándolos por la espalda. Sin vacilar, se presentó en la festividad, formando tamaña agitación entre las puritanas del pueblo y la perturbación manifiesta entre la virilidad asistente. Había nacido el sujetador, brasier, sostén o modelador, que “levantó” una incontenible oleada de popularidad tan vivamente deseada por las niñas que arriban a los diez años que ya se creen mujeres y por los hombres que comenzaron disfrutar tratando de adivinar su contenido.

Pero otros ojos menos libinidosos, le apuntaron al comercio. Convencieron a Polly de fabricar para vender y la dama endosó el negocio a Warner Bros Corset co., que como profesionales de la salud, realizaron cambios de fabricación que se amoldaron al cuerpo mujeril.

Un acontecimiento aparte de moda y negocios ocurrió de pronto: la I Guerra. El gobierno norteamericano solicitó a las damas, regalar los sujetadores para extraerles las varillas y convertirlas en metal para la fabricación de buques . Cuentan que se reunieron 28 mil toneladas.

Un detalle adicional debe tenerse presente. El sostén se fabricaba en talla única y sin tamaño diversificado de copas. Solo basta imaginarse la pericia en el manejo de la prenda que debía demostrar quien se convirtiera en propietaria de uno de aquellos adminículos, amén de la molestia si su dulce “ doble volumen”, no encajaba con precisión en cada delicado saquillo. Admirables mujeres. Cuántas apariencias engañosas en aras de la armonía.

En la década del sesenta del siglo pasado, las partes frontales se fabrican a la medida y coordinan con los aditamentos de la espalda. Nuestro amado sostén, se torna un motivo político. Las jipis, movimiento pacifista que protesta por la guerra en Vietnam y por las desigualdades sociales, lo llevan, no en el pecho, sino en las manos, como manifestación de su definitiva liberación. “Llevo el brasier en mis manos, porque en el pecho me pesa”, cantarían algunas.

Casi 130 años después, el precioso y vengativo trapo, permanece en su sitio, oprimiendo, modelando, levantando. Algún inteligente adicionó cámaras de aire para aumentar el tamaño de las de escasas de anatomía. Más tarde, surge el brasier inteligente, aquel que toma los latidos del corazón. Y para que no queden dudas, la tecnología ingresó sin pena en las copas y los modernos, previenen las arrugas en el escote.

Alabanzas a la prenda sujetadora que transforma y embellece. Exaltación para los varones que gozan lo indecible cuando de desabrocharla se trata.

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